Rita Geschrieben 5. Januar 2015 Teilen Geschrieben 5. Januar 2015 Una mágica noche de Reyes de Rosi Requena Esta historia que os voy a contar ocurrió hace ya algún tiempo, me la contó un anciano que junto a mí, esperaba el autobús. Era navidad, y a mí me llegó a lo más profundo del corazón, tanto que nunca jamás he dejado de creer en la magia de la navidad y aún más en los Reyes Magos de Oriente. La historia que me hizo cambiar mi forma de pensar comienza así… Corrían malos tiempos, casi tan tristes para los mayores como lo son ahora, pero yo tan sólo era un niño que deseaba como nunca que llegase la navidad. Parecía que en esos días, se olvidaban un poco las penas, muchas veces sólo porque no les viésemos tristes. Ya ve, como si nosotros por ser niños no nos diésemos cuenta de lo que sucede alrededor. Aunque para mucha gente eran días tristes porque se echaban de menos a los que ya no estaban, ya fueran por un motivo o por otro. En casa tampoco es que fueran a ser muy alegres, ya que hacía poquito tiempo que mi padre se había marchado para ayudar, según decía mi madre, a los Reyes Magos. Mi hermano que era cuatro años mayor que yo, por aquel entonces yo tan sólo tenía seis años, no quería saber nada de los preparativos de la navidad y por más que mi madre intentaba lo imposible porque esas navidades fuesen como siempre, acababa chocando con mi hermano y toda su rabia. Un día, a escondidas de mi madre, mi hermano me dijo que ni nuestro padre era ayudante de los Reyes Magos, ni estos existían. Supongo que lo haría por desahogar todo su mal genio, pero aunque no le creí lloré y lloré el resto del día hasta caer agotado. Yo no le dije nada a mi madre y no es que mi hermano me amenazase o algo así, simplemente porque pensé que en esos días algo haría cambiar su forma de ser y volvería a ser el de antes de que se fuera nuestro padre. Se acercaba Nochebuena y junto a mi madre, terminamos de realizar los preparativos para la espera de Papá Noel. Yo ese año no había pedido más que una cosa, que Jaime, que es como se llama mi hermano, se convenciera de que existía esa magia y que lo que decía mi madre era cierto, lo deseaba con todas mis fuerzas. Creo que tan fuerte fue mi deseo que se cumplió, porque nos acostamos y al despertar aparte de mi regalo en el árbol, me encontré con que Jaime había vuelto a sonreír y a pedirle a mi madre que le preparase un papel y un bolígrafo para escribirle la carta a los Reyes Magos. Cuando ya se retiró mi madre a preparar los desayunos, Jaime me indicó que le acompañase a nuestra habitación. Una vez allí me contó el motivo de su repentino cambio. -Eh, pequeñajo ven aquí. Quiero contarte algo.- me dijo con tono misterioso. -¿Qué pasa?, ¿te ocurre algo?- le pregunté con curiosidad. - Mamá tenía razón, he tenido un sueño o no, no lo sé. – contesto Jaime extrañado - ¿Qué dices? Me estas asustando. - ¡Toma! ¿cómo crees que estoy yo? – me dijo mi hermano blanco como la pared.- Anoche, me acosté muy arrepentido de lo que te había dicho. - Y ¿por qué no me pediste perdón?, me dolió mucho lo que me dijiste. - Lo sé y lo siento, de verdad. Además, anoche soñé con papá y fue tan real que hasta pude sentir el pescozón por haberte dicho eso. - Jajajajjajajaa – reí con ganas imaginando la escena del pescozón.- La verdad es que te lo merecías. - No te rías, que voy en serio. – Me contestó muy serio. – Me dijo que lo que nos había dicho mamá es verdad que, como había peleado tanto por recuperarse de la enfermedad sin haberlo conseguido, los Reyes Magos habían querido compensarle ¿sabes cómo? - No, ¿trayéndole aquí de nuevo? – le pregunté esperanzado. - No, qué más quisiéramos. Me ha dicho que le han convertido en su ayudante, para repartir regalos a los niños que están en el cielo con él. Dicen que son muchos niños los que hay en el mundo y que como ellos ya están mayores, necesitan a gente que les ayude, pero que no descubran su secreto y mucho menos su magia. - ¿Y por qué me cuentas eso?, ¿no se supone que es un secreto? – le dije yo. - Por qué después de lo que te dije, merecías saberlo. Y porque me ha dicho que en la noche de Reyes tendremos una sorpresa. - ¿ Te ha dicho algo sobre qué puede ser?- pregunté realmente nervioso. - No, sólo me ha dicho que le escribamos la carta a los Reyes Magos como siempre. Por eso le he pedido a mamá que me deje algo para escribir, ¿la escribimos juntos? - Vale, pero después de desayunar. Mamá ha preparado chocolate con churros y ya huele que alimenta. – le dije con una sonrisa de oreja a oreja. Me encantaba tener a mi hermano de vuelta, riendo y gastando bromas, convirtiendo los churros en colmillos de un vampiro. Tirándonos pelotas hechas con los papeles de regalo, en fin, como si no hubiese pasado el tiempo. Mi madre también sonreía aunque, quizá ahora que han pasado los años lo veo más claro, con un rastro de melancolía al ver que ya no estábamos los cuatro juntos como lo habíamos estado siempre. Compartiendo los regalos y ese desayuno tan especial que nos preparaba la mañana de navidad. Tras dar buena cuenta del desayuno, ayudamos a recoger y nos pusimos manos a la obra con la carta. Como todos los años, la lista de regalos era enorme y de ahí nos obligaban a elegir como mucho un par de regalos para cada uno. Como siempre ocurría, no sabíamos cual elegir y casi acabamos a gritos porque lo que a mí me gustaba, a mi hermano no. Así que, terminábamos mandándoles la lista a los Reyes dejando en sus manos la elección de los regalos y, ¡mira! siempre acertaban. La guardamos bien y comenzamos a contar los días hasta que llegase la tan esperada cabalgata para entregarle la carta personalmente a sus pajes. Parecía que los días no pasaban y aunque nos divertíamos con los regalos que Papá Noel nos había traído, un par de juegos de mesa, nos desesperábamos al ver lo lentos que pasaban los días. Llegó Nochevieja y con ella los nuevos deseos para el año que acabábamos de estrenar, y estoy seguro que el deseo de todos nosotros fue el mismo porque cuando cruzamos las miradas en el brindis por el año nuevo, nuestros ojos estaban más que humedecidos por la emoción. Fíjate si han pasado años y aún me emociono al contarlo, fue un momento muy especial. En los días previos a la cabalgata, ya se respiraba el nerviosismo entre los niños, ya no había tristeza ni malas caras entre nuestros mayores, al menos en esos días y, lo que predominaba esos días en las casas y en las calles, eran las caras de ilusión de los niños cuando, dos días antes de la esperada cabalgata, los pajes recibían sus cartas. Por fin, llegó el ansiado día. Nosotros al igual que los demás niños del pueblo, nos bajamos a la calle a ver pasar la cabalgata y recibir a los tan esperados Reyes Magos que, después de un viaje tan largo y en camellos, nunca entendí como aún les quedaban fuerzas para pasarse la noche repartiendo regalos por todo el mundo. Supongo que les facilitaría mucho las cosas el que fueran magos y el descansito de ir en las carrozas el tiempo que duraba la cabalgata. Llegamos a casa cuando finalizaron los fuegos artificiales y después de cenar y comernos el roscón, cepillamos bien los zapatos y los colocamos bajo la ventana como lo hacíamos todos los años. Les preparamos un buen cubo de agua para los camellos y un refrigerio que bien les serviría para alimentar a los tres Reyes y todos los pajes que se acercasen por nuestra cocina. Totalmente nerviosos y emocionados, nos metimos en la cama y le deseamos las buenas noches a nuestra madre, que no salía de su asombro. Quisimos quedarnos despiertos, para ver si conseguíamos pillarles dejando esa cosa tan especial de la que le habló mi padre a Jaime en sueños. Pero el cansancio pudo finalmente con nosotros y nos quedamos dormidos como troncos. Esa noche, no sólo fue mi hermano quien soñó con nuestro padre, le veía tan real que parecía que le pudiese tocar y cuando salí de mi asombro e intenté hablar con él, nos despertó con un beso y diciéndonos. -Ya es el momento, ya podéis ir a ver mi sorpresa. Rápidamente nos levantamos y sin ponernos siquiera las zapatillas, corrimos hacia la ventana a abrir nuestros regalos. Por desgracia, entre ellos no había nada que nos hiciera pensar que el sueño de mi hermano Jaime, ni el que había tenido yo esa misma noche, se fuera a hacer realidad esa mañana. Tras abrir los regalos y ver que nuevamente habían acertado en lo que habíamos pedido, nos fuimos a desayunar el chocolate con roscón que nuestra madre había comprado. Cuál fue nuestra sorpresa, cuando vimos que el roscón ya estaba empezado, que corriendo fuimos a buscar a nuestra madre para preguntarle si ella ya había estrenado el roscón. Ella lo negó rotundamente y vino con nosotros a la cocina donde estaba el roscón ya casi a la mitad, ella juró y perjuró que lo había reservado para esa misma mañana y que no entendía lo que podía haber pasado con él. Una vez pasado el susto inicial, nos partió un trozo y Jaime protestando sacó un pequeño paquetito del roscón. Nosotros ya nos estábamos riendo pensando quien iba a comprar el próximo cuando vimos que su cara cambiaba de color y las lágrimas inundaban sus ojos. Jaime nos alargó la mano con la nota que llevaba el pequeño paquetito del roscón y con voz temblorosa me dijo: -Pequeñajo, mira… esta es la sorpresa de la que hablaba papá. Que alguno lo lea porque yo no puedo. Mamá lo cogió y comenzó a leerlo, pero la emoción le embargó y no pudo leer en voz alta más que la primera línea. Se lo cogí de las manos y comencé a leer: -“ Queridos niños, no os preocupéis, vuestro padre está bien. Cómo os dijo en sueños, está con nosotros ayudándonos a hacer felices a otros niños. Por cierto, muchas gracias por todo lo que nos habéis preparado, pero no hemos podido resistirnos a probar vuestro roscón. Siempre vuestros… SS.MM Los Reyes Magos de Oriente” Desde aquella mañana, ya nunca dejamos de creer en ellos ni en la magia que los días de navidad desprenden. A pesar de que para algunos, las navidades sean tristes, para nosotros aquel año fueron especiales. Nunca olvides esta historia, piensa en ella cuando dudes de todo y mira más allá de lo que ven los demás. Antes o después entenderás lo que te digo. Dicho esto, el anciano cogió su autobús y ya no le volví a ver. Pero desde aquel día, pensé que si aquel niño pudo volver a sentir y creer después de todo lo ocurrido, yo también podría. Y aquí me tenéis, con sesenta años y esperando ver pasar la cabalgata para entregar junto a mi nieta nuestra carta a los Reyes Magos. Porque yo aún se la escribo y aunque ya no le pido juguetes como cuando era niño, lo que le pido son muchos años y muchas alegrías para compartirlas con mi familia. Por eso creo que después de tantos años pasados, es el momento de decirles… Gracias, mis queridos Reyes Magos. Link zu diesem Kommentar
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