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Calendario de Adviento 2015


Rita

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Este año os voy a contar un cuento de Christian Andersen.

El abeto

Primer Domingo de Adviento

29 de noviembre

Allá en el bosque había un abeto, lindo y pequeñito. Crecía en un buen sitio, le daba el sol y no le faltaba aire, y a su alrededor se alzaban muchos compañeros mayores, tanto abetos como pinos.
Pero el pequeño abeto sólo suspiraba por crecer; no le importaban el calor del sol ni el frescor del aire, ni atendía a los niños de la aldea, que recorran el bosque en busca de fresas y frambuesas, charlando y correteando.
A veces llegaban con un puchero lleno de los frutos recogidos, o con las fresas ensartadas en una paja, y, sentándose junto al menudo abeto, decían: «
- ¡Qué pequeño y qué lindo es!- Pero el arbolito se enfurruñaba al oírlo.

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30 de noviembre

Al año siguiente había ya crecido bastante, y lo mismo al otro año, pues en los abetos puede verse el número de años que tienen por los círculos de su tronco.
- ¡Ay!, ¿por qué no he de ser yo tan alto como los demás?- suspiraba el arbolillo.- Podría desplegar las ramas todo en derredor y mirar el ancho mundo desde la copa. Los pájaros harían sus nidos entre mis ramas, y cuando soplara el viento, podría mecerlas e inclinarlas con la distinción y elegancia de los otros.-
Le eran indiferentes la luz del sol, las aves y las rojas nubes que, a la mañana y al atardecer, desfilaban en lo alto del cielo.

 

 

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1 de diciembre

 

Cuando llegaba el invierno, y la nieve cubría el suelo con su rutilante manto blanco, muy a menudo pasaba una liebre, en veloz carrera, saltando por encima del arbolito. ¡Lo que se enfadaba el abeto! Pero transcurrieron dos inviernos más y el abeto había crecido ya bastante para que la liebre hubiese de desviarse y darle la vuelta.
- ¡Oh, crecer, crecer, llegar a ser muy alto y a contar años y años: esto es lo más hermoso que hay en el mundo!-, pensaba el árbol.
En otoño se presentaban indefectiblemente los leñadores y cortaban algunos de los árboles más corpulentos. La cosa ocurría todos los años, y nuestro joven abeto, que estaba ya bastante crecido, sentía entonces un escalofrío de horror, pues los magníficos y soberbios troncos se desplomaban con estridentes crujidos y gran estruendo. Los hombres cortaban las ramas, y los árboles quedaban desnudos, larguiruchos y delgados; nadie los habría reconocido. Luego eran cargados en carros arrastrados por caballos, y sacados del bosque. ¿Adónde iban? ¿Qué suerte les aguardaba?

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2 de diciembre



En primavera, cuando volvieron las golondrinas y las cigüeñas, les preguntó el abeto:
-¿No saben adónde los llevaron ¿No los han visto en alguna parte?
Las golondrinas nada sabían, pero la cigüeña pareció cavilosa y, meneando la cabeza, dijo
-Sí, creo que sí. Al venir de Egipto, me crucé con muchos barcos nuevos, que tenían mástiles espléndidos. Supongo que eran ellos, pues olían a abeto. Me dieron muchos recuerdos para ti; son bonitos y altivos.-
-¡Ah! ¡Ojalá fuera yo lo bastante alto para poder cruzar los mares! Pero, ¿qué es el mar? y ¿qué aspecto tiene?-

 

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3 de diciembre

-¡Sería de conta con todo detaller!- fijo la cigüeña y se alejó.
-Alégrate de tu juventud!- decían los rayos del sol- ¡alégrate de ir creciendo sano, de la vida joven que hay en ti.
Y el viento iba a besarle, y el rocío vertía sus lágrimas sobre él , pero el abeto no lo comprendía.
Al acercarse las Navidades eran cortados árboles jóvenes, árboles que ni siquiera alcanzaban la talla ni la edad de nuestro abeto, el que no tenía ni tregua ni reposo sino que le consumía el afán de salir de allí.


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4 de diciembre

Aquellos arbolitos -y eran siempre los más hermosos- conservaban todo su ramaje; los cargaban en carros tirados por caballos y se los llevaban del bosque.

-¡Nosotros lo sabemos, nosotros lo sabemos!- trinaron los paros. -Allá, en la ciudad, hemos mirado por las ventanas. Sabemos adónde van. ¡Oh! No puedes imaginarte el esplendor y la magnificencia que les esperan. Mirando a través de los cristales vimos árboles plantados en el centro de una acogedora habitación, adornados con los objetos más preciosos: manzanas doradas, pan de miel, juguetes y centenares de velitas.
- No son mayores que yo; uno es incluso más bajito. ¿Y por qué les dejan sus ramas? ¿Adónde van?
-¿Adónde irán éstos?– se preguntaba el abeto.



 

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5 de diciembre

-¿Y después?- preguntó el abeto, temblando por todas sus ramas. -¿Y después? ¿Qué sucede después?-
-Ya no vimos nada más. Pero es imposible pintar lo hermoso que era.

-¿Quién sabe si estoy destinado a recorrer también tan radiante camino?- regocijó el abeto.
- Todavía es mejor que navegar por los mares. Estoy sufriendo por anhelo. ¡Que lleguen las Navidades!
Ahora ya estoy tan alto y desarrollado como los que se llevaron el año pasado. Quisiera estar ya en el carro, en la habitación calentita, con todo aquel esplendor y magnificencia. ¿Y luego? Porque claro está que luego vendrá algo aún mejor, algo más hermoso.
Si no, ¿por qué me adornarían tanto? Sin duda me aguardan cosas aún más espléndidas y soberbias.
Pero, ¿qué será? ¡Ay, qué sufrimiento, qué anhelo! Yo mismo no sé lo que me pasa.-
-¡Gózate con nosotros! -le decían el aire y la luz del sol goza de tu lozana juventud bajo el cielo abierto.

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Segundo Domingo de Adviento


6 de diciembre

El árbol no volvió en sí hasta el momento de ser descargado en el patio junto con otros, y entonces oyó la voz de un hombre que decía
-¡Ese es magnífico! Nos quedaremos con él.-
Y se acercaron los criados vestidos de gala y transportaron el abeto a una hermosa y espaciosa sala. De todas las paredes colgaban cuadros, y junto a la gran estufa de azulejos había grandes jarrones chinos con leones en las tapas; había también mecedoras, sofás de seda, grandes mesas cubiertas de libros ilustrados y juguetes, que a buen seguro valdrían cien veces cien táleros; por lo menos eso decían los niños. Hincaron el abeto en un voluminoso barril lleno de arena, pero no se veía que era un barril, pues de todo su alrededor pendía una tela verde, y estaba colocado sobre una gran alfombra de mil colores. ¡Cómo temblaba el árbol! ¿Qué vendría luego?

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7 de diciembre

Tanto los criados como las señoritas le adornaban.
En una rama sujetaban redecillas de papeles coloreados llenos de dulces.
Manzanas doradas y nueces colgaban, como si fuesen frutos del árbol, y ataron a las ramas más de cien velitas rojas, azules y blancas.
Muñecas que parecían personas vivientes -el árbol nunca había visto cosa semejante- flotaban entre el verdor, y en lo más alto de la cúspide se había puesto una estrella de oropel. Era realmente magnífico, increíblemente magnífico.

-Esta noche- decían todos, -esta noche sí que brillará y estaban fuera de sí de alegría.
¡Oh!- pensaba el árbol, -¡ojalá fuese ya de noche! ¡Ojalá encendiesen pronto las luces! ¿Y qué sucederá luego? ¿Acaso vendrán a verme los árboles del bosque? ¿Volarán los gorriones frente a los cristales de las ventanas? ¿Seguiré aquí y quedaré adornado todo el verano y todo el invierno?-
Sí, estaba al corriente; pero de momento era tal su impaciencia, que sufría fuertes dolores de corteza, y para un árbol el dolor de corteza es tan malo como para nosotros el de cabeza.

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8 de diciembre

Al fin encendieron las luces. ¡Qué brillo y magnificencia! El árbol temblaba de emoción por todas sus ramas; tanto, que una de las velitas prendió fuego al verde. ¡Y se puso a arder de verdad!
-¡Dios nos ampare!- exclamaron las señorotas, corriendo a apagarlo precitamente.
El árbol tuvo que esforzarse por no temblar. ¡Qué fastidio! Le disgustaba perder algo de su esplendor; todo aquel brillo lo tenía como aturdido.
He aquí que entonces se abrió la puerta de de dos hojas, y un tropel de chiquillos se precipitó en la sala, que no parecía sino que iban a derribar el árbol; les seguían, más comedidas, las personas mayores. Los pequeños se quedaron clavados en el suelo, mudos de asombro, aunque sólo por un momento; enseguida exultaban tanto que resonaba; se pusieron a bailar en torno al árbol, del que fueron descolgándose uno tras otro los regalos.

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9 de diciembre

-¿Qué hacen?- pensaba el abeto. -¿Qué ocurrirá ahora?
Las velas se consumían, y al llegar a las ramas eran apagadas. Y cuando todas quedaron extinguidas, se dio permiso a los niños para que se lanzasen al saqueo del árbol. ¡Oh, y cómo se lanzaron! Todas las ramas crujían; de no haber estado sujeto al techo por la cúspide con la estrella dorada, seguramente se habría desplomado.
Los chiquillos saltaban por el salón con sus juguetes, y nadie se preocupaba ya del árbol, aparte la niñera, que, acercándose a él, se puso a mirar por entre las ramas. Pero sólo lo hacía por si había quedado olvidado un higo o una manzana.

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10 de diciembre

-¡Un cuento, un cuento!- gritaron los niños y condujeron hasta el abeto a un hombre bajito y gordo.
El hombre se sentó debajo de él.
-Pues así estamos en el verdor- dijo y el árbol puede sacar provecho, si escucha.
Pero os contaré sólo un cuento y no más. ¿Preferís el de Ivede-Avede o el de Klumpe-Dumpe, que se cayó por las escaleras y, no obstante, fue ensalzado y obtuvo a la princesa?
-¡Ivede-Avede!- pidieron unos, mientras los otros gritaban -¡Klumpe-Dumpe!-
¡¡Que griterío! Sólo el abeto permanecía callado, pensando - ¿y yo, no cuento para nada? ¿No tengo nada que hacer?-Pues, había desempeñado lo que debía.

 

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11 de diciembre

El hombre contó el cuento de Klumpe-Dumpe, que se cayó por las escaleras y, sin embargo, fue ensalzado y obtuvo a la princesa. Y los niños aplaudieron, gritando -¡Cuenta, cuenta!- Y querían oír también el de Ivede-Avede, pero tuvieron que contentarse con el de Klumpe-Dumpe.
El abeto seguía silencioso y pensativo; nunca las aves del bosque habían contado una cosa igual.
-Klumpe-Dumpe se cayó por las escaleras y, con todo, obtuvo a la princesa. ¡De modo que así va el mundo!- pensó, creyendo que el relato era verdad, pues el narrador era un hombre muy afable.
- ¿Quién sabe? Tal vez yo me caiga también por las escaleras y gane a una princesa.- Y se alegró ante la idea de que al día siguiente volverían a adornarle con luces y juguetes, con oro y frutas y con la estrella de oropel.

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12 de diciembre

-Mañana no voy a temblar- pensó.
-Quiero alegrame de toda mi magnificencia.
Mañana volveré a escuchar la historia de Klumpe-Dumpe y quizá también la de Ivede-Avede.-
Y, silencioso y pensativo, el árbol se pasó toda la noche.

Por la mañana se presentaron los criados y la muchacha.
- Ya la fiesta empieza otra vez- pensó el abeto. Pero lo sacaron de la habitación y, arrastrándolo escaleras arriba al desván, lo dejaron en un rincón oscuro, al que no llegaba la luz del día.

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Tercer Domingo de Adviento

13 de diciembre

- ¿Qué significa esto?– se preguntó el árbol.
- ¿Qué voy a hacer aquí? ¿Qué es lo que voy a oír desde aquí?- Y, cavilando y más cavilando, se apoyó contra la pared. Y por cierto que tuvo tiempo sobrado, pues iban transcurriendo los días y las noches sin que nadie se presentara; y cuando alguien lo hacía, era sólo para depositar grandes cajas en el rincón. El árbol quedó completamente ocultado; era posible que se hubieran olvidado de él.

-Ahora es invierno allá fuera- pensó. -La tierra está dura y cubierta de nieve; los hombres no pueden plantarme; por eso me guardarán aquí, seguramente hasta la primavera.
¡Qué considerado es! ¡Qué buena es la gente!
¡Lástima que sea esto tan oscuro y tan solitario! No se ve ni un mísero lebrato. Bien considerado, el bosque tenía sus encantos, cuando había nieve y la liebre pasaba saltando, inclusa cuando me sobresaltó; pero entonces yo no podía soportarlo. ¡Aquí arriba me siento muy solitario!

 

 

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14 de diciembre

-Pip, pip- dijo un ratoncillo, y pasó rápidamente, seguido a poco de otro. Husmeando el abeto, se ocultaron entre sus ramas.
-¡Hace un frío espantoso!- dijeron los ratoncillos.
-Normalmente aquí se está bien. ¿Verdad, viejo abeto?-
-¡Yo no soy viejo!- dijo el árbol.
- Hay otros que son mucho más viejos que yo.

-¿De dónde vienes?- preguntaron los ratones, y ¿qué sabes?- Eran terriblemente curiosos.
-¡Cuéntanos del más bello lugar de la tierra!

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15 de diciembre
¿Has estado ahí? ¿Has estado en la despensa, donde hay queso en las tablas y jamones colgando del techo, donde se baila a la luz de la vela y donde uno entra flaco y sale gordo?-
-No lo conozco- dijo el árbol -pero conozco el bosque, donde brilla el sol y cantan los pájaros.-
Y les contó todo de su infancia. Los ratoncillos, que jamás oyeran semejantes maravillas, lo escucharon y luego dijeron
-¡Cuántas cosas has visto! ¡Qué feliz has sido!

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16 de diciembre

-¿Yo?- dijo el abeto y se puso a reflexionar sobre lo que acababa de contarles. -Sí; en el fondo, aquéllos fueron tiempos dichosos.- Pero a continuación les contó de la Nochebuena, cuando lo habían adornado con dulces y velillas.
-¡Oh!- dijeron los ratones -y ¡qué feliz has sido, viejo abeto!-
-¡No soy viejo!- dijo el árbol. -Hasta este invierno no he salido del bosque. Estoy en lo mejor de la edad, sólo que he dado un estirón.

-¡Qué bien sabes contar!- dijeron los ratoncillos; y a la noche siguiente volvieron con otros cuatro, para que oyesen también al árbol.

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17 de diciembre

Y éste, cuanto más contaba, más claro se acordaba de todo y pensaba
- La verdad es que eran tiempos agradables. Pero tal vez volverán, tal vez volverán.
Klumpe-Dumpe se cayó por las escaleras y, no obstante, obtuvo a la princesa; quizás yo también consiga una.-
Y, de repente, el abeto se acordó de un abedul lindo y pequeño de su bosque; para él era una auténtica y bella princesa.

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18 de diciembre

-¿Quién es Klumpe-Dumpe?- preguntaron los ratoncillos. Entonces el abeto les narró el cuento entero. Pudo acordarse de cada palabra; y los ratones, de puro gozo, sentían ganas de trepar hasta la cima del árbol. La noche siguiente acudieron en mayor número aún, y el domingo se presentaron incluso dos ratas; pero a éstas el cuento no les pareció interesante, lo cual entristeció a los ratoncillos, que desde aquel momento lo tuvieron también en menos.

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19 de diciembre

-¿Sabe usted sólo este cuento?- preguntaron las ratas.
-Sólo éste- respondió el árbo. -Lo oí en la noche más feliz de mi vida; pero entonces no me daba cuenta de mi felicidad.
-Pero es una historia lastimosa.
¿No sabe ninguna de tocino y de velas de sebo? ¿Ninguna de despensas?-
-No- fijo el árbol.
-Entonces, muchas gracias- replicaron las ratas, y se marcharon a reunirse con sus congéneres.
Al fin, los ratoncillos dejaron también de acudir, y el abeto suspiró -¡Tan agradable como era tener aquí a esos ágiles ratoncillos, escuchando mis relatos! Ahora no tengo ni eso. Cuando salga de aquí, me acordaré con gusto del tiempo perdido.-

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Cuarto Domingo de Adviento

20 de diciembre

Pero ¿cándo se realice esto? Pues, una mañana se presentaron unos hombres y comenzaron a rebuscar por el desván. Apartaron las cajas y sacaron el árbol al exterior. Cierto que lo tiraron fuertemente al suelo , pero un criado lo arrastró hacia la escalera, donde brillaba la luz del día.
-¡La vida empieza de nuevo!- pensó el árbol, sintiendo el aire fresco, los primeros rayos del sol; estaba ya en el patio.
Todo sucedía muy rápidamente; el abeto se olvidó de sí mismo,¡había tanto que ver a su alrededor!

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21 de diciembre

El patio estaba contiguo a un jardín, todo estaba en flor; las rosas colgaban, frescas yfragantes, por encima de la diminuta verja; estaban en flor los tilos, y las golondrinas chillaban, volando
- ¡Quirrevirrevit, mi hombre ha vuelto!-
Pero no se referían al abeto.

-¡Ahora voy a vivir!- se regocijó éste y extendió sus ramas. Pero, ¡ay!, estaban secas y amarillas; y allí lo dejaron entre hierbajos y ortigas. La estrella de oropel seguía aún en su cúspide y relucía a la luz del sol.

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22 de diciembre
En el patio jugaban algunos de aquellos alegres niños que por Nochebuena estuvieron bailando en torno al abeto y que tanto lo habían admirado. Uno de ellos se le acercó corriendo y le arrancó la estrella dorada.
-¡Mira lo que hay todavía en este abeto, tan feo y viejo!- dijo, subiéndose por las ramas y haciéndolas crujir bajo sus botas.

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23 de diciembre

El árbol, al contemplar aquella magnificencia de flores y aquella lozanía del jardín y compararlas con su propio estado, quiso haber quedado en el oscuro rincón del desván.
Recordó su sana juventud en el bosque, la alegre Nochebuena y los ratoncillos que tan a gusto habían escuchado el cuento de Klumpe-Dumpe.
-¡Pasado, pasado! d ijo el pobre abeto. -¿Por qué no supe gozar cuando era tiempo? ¡Pasado, pasado!-

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